El objetivo de la cámara

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martes, 26 de abril de 2011

Por encima de las nubes


Vamos a descubrir juntos como no ha cambiado una manera de ser feliz:

Me cogió de la mano, y no sé como, ni de que manera, pero dirigía mis pasos y volamos sabiendo llegar hacia la cima de lo íntimo. De repente la noche nos acompaño y ambos estábamos subidos en un puente con la luz de la luna a nuestras espaldas y la ciudad cortejando desde el horizonte, con ese añil intenso que se salía del marco del paisaje que lo rodeaba todo. Me recordaba su color a la tinta de un boli bic cuando impregna un folio pulcro para formar imágenes oníricas. Él espero a que subiera los ojos y le mirara. Le brillaban y sentía que podía quedarme a vivir para siempre en ellos. La timidez me hacia ruborizarme y sentirme infantil junto a él. La oscuridad tapaba un poco lo rojizo de mis mejillas aniñadas. Sus brazos me arroparon toda la espalda y no pudo evitar susurrarme que no me escaparía de entre ellos. No pensaba en irme y menos siendo la protagonista de un sueño que no sabia como me había introducido.

Me daba miedo que algo me despertara e hiciera que aquello solo fuera un humo de cigarrillo que se dispara en el aire y es imposible de atrapar. Nos sentamos junto al borde del puente para buscar el vértigo. La altura hacia que sintiera deseo de sujetarme a él para no dejarme caer hacia una turbia agua que destellaba el reflejo de las estrellas. No dejaba mi boca de formar sonrisas, y la de él era tan apetecible que hacía desaparecer lo que nos observaba. En un instante de electricidad corporal no podían resistirse nuestras bocas por conocerse de otra manera..., de manera más personal, y más cercana. Ya solo había que saber como se puede besar deseándolo con ansias y no esperar a nada más a que el impulso nos tocara. Sentía que él me había elegido con sus ojos, ellos me decían todo lo que les preguntaba y me inquietaba sentir un galope en el pecho. Era como un tronar de tormenta pero de la bella, y su objetivo era juntar nuestros latidos. Los míos ya se lanzaban hacia sus brazos sintiéndose ganadores en la carrera.

Nadie se oponía entre nuestros cuerpo y menos para dar rienda suelta a las caricias que se escapan solas y llegaban hasta donde los dedos dejan de ser visible, para perderse entre la ropa. La piel lo daba todo para dejarse tocar, y yo estaba dispuesta a cambiarlo todo por meterme en sus palabras cuando me llamaba nena. Estaba tan en las nubes que no encontraba el suelo bajo mis pies, y el mundo se volvio la mejor creación y eramos uno de sus mejores momentos.

No para de susurrarme que quiere descubrir que escondo debajo de la blusa. El filo de mis uñas cortan sus labios y sujetan esas palabras en su boca, y la sonrisa picara que el viento me arranca le deja claro que no tardará en saberlo.

Me acerco a su cuello y con mis labios húmedos le rozo para ir camino hacia su oreja a contarle lo que no quiero que nadie sepa. Con un pequeño mordisco travieso acelero sus ganas de querer morder el mío. Y lo muerde con mucha fuerza quedando marcados sus dientes. Ese ligero dolor me gusta...

Me echa el brazo por encima del hombro y me pregunta donde he dejado la tristeza. Le respondo que en el ayer donde él no existía. Él sonríe, y me dice que espere a que amanezcamos juntos para que olvide lo que es llorar. Me sostiene tan fuerte que es como si me estuviera diciendo que nunca dejara de sujetarme. Nos perdemos ambos entre la niebla y una estela de luz queda mordiendo el aire como si todavía nuestras figuras se abrazaran.

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