El objetivo de la cámara

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sábado, 26 de junio de 2010

El pueblo





















La placida música de kitaro suena en la radio, mientra él contempla por la ventana como juegan los niños del barrio, recuerda cuando era pequeño, y se pasaba la tarde entre la plaza del pueblo y el campo de tierra donde jugaban, a dar pelotazos a un balón que había abandonado su forma esférica hacia tiempo, poco más de media docena de chicos y casi la docena de chicas se juntaban en la plaza, sitio de reuniones para jugar a las chapas los niños y la comba las niñas, separación que se rompía al iniciar un pique entre chicas y chicos por demostrar que sabían saltar mejor que ellas. Las tardes de verano en el pueblo eran calurosas, secas y llenas de esa luz brillante que deja huella en la piel, achicharrando las partes desnudas de los jóvenes cuerpos.

Cerca de él, está sentado uno de sus hijos con cara de enfado. “Hoy hace un día buenísimo, porque no nos vamos a explorar”?… (el niño sigue en silencio)

Darío continua hablando: “A tu edad corríamos hacia el río para meternos dentro y sofocar el calor, chapoteábamos como patos…que risas”…

“En la plaza sólo había un viejo árbol, estaba allí desde siempre, ya nadie recordaba el tiempo que llevaba plantado, se convirtió en el cobijote de los mayores del pueblo, que se quedaban mirando fijamente el paisaje como si el tiempo se detuviera para ellos. Su copa frondosa, y su brutal tronco lleno de huecos y daños del pasar el tiempo, tenia marcada en su corteza seca y desgastada, los navajazos hechos con los sueños de enamorados. Cuantas historias grabadas en su corpulenta armadura, creada por los años. Allí a pocos metros en el centro, estaba el templete de color negro con sus toque de oxido que coordinaba la madura plaza, el suelo guarda los arañazos por el baile de las peonzas, y el rodar de bicicletas. Y siempre por allí estaba Turca una perra blanca, en los huesos y llena de pulgas que todos la dábamos un poco de pan y mucho la lata”.

“La torre del reloj vigilaba cada momento del día para indicarnos la hora de ir a por la merienda, corríamos a por el bocadillo de nocilla… y sin casi tomar aire, volvíamos para no dejar de perder un minuto de seguir jugando, compartíamos los bocadillos, los unos con los otros, un poco de nocilla, con un trozo de chorizo, que asqueroso revuelto!!!… inolvidable sabor. El mejor momento del día era con las competiciones de bichos. Y cuando íbamos a coger renacuajos…nunca los metas en un frasco y cierres la tapa.”

“Me aburro papa”, “calla y escucha”…

“Todos teníamos un mote, “el basura”, se comía los desperdicios de lo que dejabamos de los bocatas, otro era “el brasas”, un pesado!!!! no paraba de hablar jejeje.... Sabes como llamábamos a Tomas?. "El lento", siempre llegaba el último a todo los sitios, y Fran el maestro de la escuela le llamábamos “el neurona" que moscardón!!!, era el único que no tenia que hacer el cuadernillos de repaso del verano, pero el tío lo hacia. Sebas era “el puzzle” un verano se callo de la bici y se rompió la pierna y el brazo y falto poco para la cabeza, consiguieron colocárselos todos en su sitio.
"Y a ti papa, como?" (el niño escucha muy interesado).
"El mío era el “pequeñajo”, porque era muy bajito en aquella época, ahora con 185 cm, ya no me pega aquel apodo…a las chicas se las respetaba y no tenían apodo, excepto Julia que todos la llamábamos “la guapa”. Parecía desinteresada en todos nosotros, por mucho que nos esforzáramos en hacernos notar”.

“Como todos los fines de semana Julia bajaba con sus padres a la casa que tenían allí, para salir del mundanal ruido de la ciudad y buscar la serenidad, en el silencio del pueblo, alejándose de su urbana vida, como les gustaba contemplar las laderas cargadas de verdor y follaje que calmaban la mirada de tanto civilización. Su familia se marcharon en busca de trabajo, pero no podían evitar volver de vez en cuando a seguir reviviendo un poquito el pasado. Su casa daba enfrente a la mía, y por la ventana la seguía observando en cada uno de sus regresos”.

“Como olvidarla, si siempre venia con su vestido blanco impoluto, y las sandalias de color verde, y su coleta a caballo, deseosa de querer participar en todo, incluso en los juegos más brutos, quedábamos para intercambiar sus cromos con los chicos, y siempre pedía que la prestáramos el tirachinas, tanta delicadeza en su cuerpo y un tremendo carácter que no dejaba indiferente a nadie. En la parte de atrás de la casa más vieja del pueblo, ahora pertenece cerrada hace un par de años, preparábamos nuestras dianas con botellas vacías.” “cuantos juegos, se nos hacia de noche y seguíamos disfrutando todos juntos, chillando muy fuerte…

“Desde la ventana de la habitación en la ciudad solo puedo veros sentados en un banco con vuestros amigos al lado y cada uno con su PSP (playstation), sin hablaros”. ( el niño se queda pensativo, al escuchar lo relatado por su padre).

“Te vienes a darte un baño con nosotros al río”? “o sigues enfado?”, “¿Podemos ir a coger renacuajos papa?”, “jejeje claro que si, luego te enfadarás cuando tengamos que volver a la ciudad”.
“Pero primero vamos a visitar el viejo árbol, os enseñare donde grave el nombre de vuestra madre”… “mama era la guapa?”, “era no, es la mujer más guapa”. "la ciudad nunca la ha cambiado".
Julia estaba en la habitación de al lado escuchando todo. En ese momento entra ,"vete a buscar a tus hermanos".
Una vez que se quedan solo ella dice: "has omitido quien era mejor con el tirachinas jejejej". "uufff, se me habrá olvidado"....

Después de los años Dario puede seguir contemplando a sus hijos desde la misma ventana del pueblo, jugando en la misma plaza cargada de nostalgia, Julia y el siempre vuelven de vez en cuando con sus hijos, porque el pasado les enriqueció mucho, les hace tener contacto con la verdadera realidad de las cosas, para no olvidar sus raíces y enseñar que la amistad y el amor no es tecnología punta.

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