El objetivo de la cámara

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domingo, 24 de octubre de 2010

Pecado capital (envidia)


Envidio la cama, donde apoyas la calidez y el frío de la carne en cada momento de agotamiento.


Envidio el agua, que moja el cuerpo deshojando deseos de acariciar con la espuma un sin fin de lugares prohibidos. Envidio la ropa, que suelta sus suaves lazos acomodando el tejido junto a la piel, y viaja junto a ti engañando a la espesa niebla, que se acerca para raptar tú alma.


Envidio la risa y el llanto, que no se despega de la boca, que tantas veces he mordido. Ya no es mía. Y no puedo dar los besos encendidos y apagados de mis labios muertos.

Envidio los besos de dos bocas, que se mojan con la lluvia ahogándose. Y busco la imagen de los ojos reflejados en los charcos. Solo me queda, marcar el baile de chifladura que suelto por la calle.


Envidio las manos, que no son las mías y te acarician dándote promesas de no soltarte y enamorarte en cada uno de esos coqueteos.


Envidio el recuerdo, cuando se entrelazaban mis dedos tocando tu pelo con claras expresiones de placer. Dejándome inspirado cada latir de un corazón herido.



Envidio las ganas de darte la vida, sin pensar en que ya no es mía. Porque se fue pegada contigo.


Envidio el suelo, que sujeta el templo de un cuerpo que me descubrió la miel de los labios y la hiel de la lejanía.

Envidio a la soledad, cuando la buscas, y saco ganas de verte para arrebatarte de ella, incluso sin saber si lo quieres tú. Quiero dejaros sin opinión. Envidio a los sentimientos, que saben querer y perdonarte. Volviéndome loca de volver y volver, y más volver... a tu lado.


Envidio las reglas, que rompo y me lanzan de mil maneras a ser una fuente de amor. Sin sequía de emociones fuertes hacia un ser, que no necesita empaparse la garganta dando tragos de pasión de mi vaso.


Envidio la libertad, que presume de poder ir sin tener dudas y sentir, que puede darte con un pequeño gesto la mezcla de sentido común y desconcierto. Y como te envuelve experimentado la irrealidad de un camino de encanto imperfecto. Envidio al arte, por esculpir un ser racionalmente bello, que se ha vuelto único, en la galería de mi corazón. Dejando de visitarla, por el robo de su mejor rostro.



Envidio a la envidiosa que te escribe, y sabe como buscar una flor en el desierto de una estrella, y te quiere. Sin verse capaz de asesinar la explosiva debilidad, que reina de forma perpetua en cada respirar de la melancolía del amor verdadero.

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