El objetivo de la cámara

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domingo, 22 de agosto de 2010

Sal en las pestañas



Todavía con la sal en las pestañas y los ojos hipnotizados por el azul intenso del agua que cristaliza la sensibilidad de la mirada, dibujo en la arena con los pies, la sombra solitaria de mi nombre sin ninguno a su lado acompañándole. Mi mente busca el de él, pero encuentra vacío, mi pensamiento se resiste a unir las dos palabras, porque mi corazón ha perdido su bombeo pasional, al unir el suyo con el mío. No busco que el mar se las lleve en su caricia a hacia lo más profundo de su lecho marino.

Dejo al mar que sostenga con el agua el borrador de cada garabato que he marcado en su suave y calida piel de arena en la playa, con la mirada perdida en su suave vaivén, me pierdo y siento en el pecho una fuerte añoranza de poder compartir con alguien lo que el viento ha robado del mar.

Se silencia el agua con la música de los latidos de mi corazón, me consuelan las olas saltando y desean compartir el sonido del agua y su frescura, con la melancólica sensación de soledad que empapa lo más profundo de mi respiración.

Las olas llegan heladas y me sacan del mundo de fantasía en el que me encuentro sumida, mientras miro al horizonte imagino como sería la vida de los que están en el otro lado. Fantaseo con un lugar lleno de cosas nuevas por descubrir, un mundo donde nadie ha estado y el mar esconde con su gran cortina marina...

A pesar de que la playa está casi vacía, me parece llena, egoístamente me apetece hablar con el mar y susurrarle las canciones de mi alma, es tan bello y hermoso poder estar mirándole de frente sin casi pestañear, pero no estamos solos. Podría esperar a que oscureciera y ver como la noche lo maquilla de manera diferente. Y como se desenvuelve su agua entre mis dedos de los pies borrando el camino que dejo a las espaldas.

Entierro mis manos en la arena abrazando la playa con deseos de que ella haga lo mismo, busco sentir su calor recogido de todo el día. Siento como me sujeta, para que no me marche y desea tenerme retenida y extraer de mí, la idea soñadora que transmite mi cuerpo tumbado en su regazo.

Desde aquí me abordan olores tan diferentes, pero no matan el olor a sal y a libertad que me llega con la brisa. Los olores vienen con la espuma de las olas que va cabalgando, por encima de sus azules para divisar la inmensidad del océano y recoger el néctar del mundo submarino.

El viento se pone juguetón y golpea con fuerza, es agradable sentirlo en la cara y ver como a pesar del movimiento de gente, la quietud se localiza en el espacio que la playa me ha prestado para sentir su placer. El agua, se tumba con calma a mi lado pensando en salar la piel y dejándome tatuada su sabor marino.

Al rozar mis labios con la lengua, noto los restos del beso que el agua me ha dado en cada contacto con ella, las caricias de los labios que el mar recoge, las guarda como besos románticos sin dueño. El mar detecta en mi mirada las heridas y miedos, que guardo en secreto. Me pide que los entierre en la arena, que los olvide y que saque mi sonrisa…, y brota mi sonrisa.

Prometo con la luz de mi sonrisa al manto turquesa volver a besarle, volver a mirarle con los ojos clavados en su corazón acuático, y volver a sentir la arena entre cada uno de los rincones de mi piel, y seguir mimándola con mis caricias...

Y le hago poseedor de lo más valioso que tengo, le entrego los sueños de cada una de mis noches, hasta que volvamos a encontrarnos, para que me los devuelva empujados con las olas hacia la arena, dejándolos junto a mis manos en el rencuentro.

El cielo ha estado en los primeros días cansado y no ha podido lucir su mejor rostro, y las nubes han vagado libres, dejando un tono triste y solitario en la playa…, la furia del sol ha salido al final, para dedicarme un poco de su fuerza, por lo menos me hace feliz pensar que está ahí porque quiere verme antes de que me marche.

El mar está en calma, hasta que me ve partir. Dudo en girarme para llevarme su última brisa salada. Pero lo hago impulsada por el deseo de dejarle un beso en el aire.

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