El objetivo de la cámara

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miércoles, 29 de junio de 2011

Vecinos de la lluvia


Igual que existe el error, el acierto, el sabor y los sentimientos, existe una ciudad de la lluvia. En ella siempre llueve y casi nunca se ha visto el sol sin que este acompañado de las nubes. Es una ciudad donde la gente pasa el tiempo enfrente de la ventana. Introduciendo su cuerpo en las profundas aguas que resbalan del cristal. Disfrutan de la sensación que dura una interminable tormenta. La lluvia es cálida y a la vez refresca en la cara. Llega a ser parte de una necesidad que se acomoda en ella. Y en sus habitantes.

Todo deslumbra verdor y el arco iris nace en cada balcón y se golpea muriendo entre las cortinas, marcándolas de 7 colores. Los tejados inclinados llegando a comerse el cielo. Son los timoneles de los riachuelos de nubes y pegan con sus esquinas a las aves, para acompañar con risas el vuelo. Es como sentir que los peces viven allí arriba y la tierra se estremece aquí abajo, entre los pies chapoteando. Cada calle está limpia de olores raros y las paredes se lavan la cara de manera continua, encontrando una cada vez mejor para mostrar. Sin pinturas de guerra. El agua convierte a los patos en cisnes y a las flores en capullos.

Llevar paraguas es casi un pecado. No puedes dejar de sentir el tibio agua cuando acacia la piel al caer. La luna es fan de la tormenta y se acomoda en sus gotas para sentir las ráfagas de luz al aproximarse. Como si no quisiera que nunca se acabara el espectáculo de rayos y truenos. Se hace la tormenta paso allí arriba a latigazos. Es una ciudad donde las aves han aprendido a volar entre las gotas, y las gotas han aprendido a esquivar a las aves. La ciudad de la lluvia surcar el suelo ascendiendo hacia lo más acuoso y fresco. La espiritualidad deambula brillante entre la respiración del viento.

Las luces son de color rojo y los músicos callejeros tocan canciones que hacen compañía a la lluvia en su baile de acá para allá. Los portales nunca se cierran para entrar y salir de puntillas a provocar al viento, y siempre este cae en la tentación de entrar a fisgonear dentro de ellos.

La ciudad de la lluvia esta cerca de otras ciudades, pero nadie la presta atención. De lejos parece menos misteriosa y llena de humedad. Al entrar en ella se calma la sed con solo mirarse la cara en los refleja en los charcos. Los parque mutan su aspecto y dejan paso a quien se adentra y las farolas se apagan tímidamente, para dejar de iluminar a la noche y permitir que continúe ese espectáculo natural.

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