El objetivo de la cámara

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jueves, 9 de diciembre de 2010

Paseo por las nubes



Parto deslizándome entre la calima, y me llevo la debilidad de mi cuerpo hacia el río, el cual acaricia en su paso a la piedra fría y la deja totalmente empapada de historias en su recorrido. Me pierdo de camino hacia ese valle donde cada nube se sienta en la ladera y respira un poco de lejanía. Ahora al apoyar mi frente en el cristal calado, puedo palpar ese frío que se adentra en este pequeño espacio, el gélido invierno se queda entumecido. Se encoge la ciudad, y sus ciudadanos. Tirita el armazón de cemento, le toca aguantar la tirada de escarcha en el suelo, y con un esfuerzo tenebroso deja cada sentimiento perdido en lo más profundo. El hielo resbala sudor cuando ya no se siente acogido por la terrible tempestad invernal, y se despide ese blanco pálido y acuoso al llegar el medio día.


Anoche pude comprobar extasiada como un puñado de estrellas se metió en las curvas del mar insípido de mis fantasías. Su brillante luz me cegaba los sueños de ese confuso espejismo, y empecé a teñir cada una de las ideas melancólicas de color turquesa. El vaho de mi boca convirtió al cielo estrellado, en una noche cubierta de un telón de saliva tibia. Recostada en los cristales de nieve en lo alto, iba atravesando junto a cada rayo de luz la espesura de su color ceniza, las gotas de agua dejaron limpia de rastros tristes la cara.


Que emocionante era ese naranja difuso que se perdía en el fondo de cada rincón del firmamento!!!. Los pedazos más traviesos, se escapaban para quedarse en las cabezas metálicas de cada farola, dando un color cítrico a la arteria de cada callejuela. Entre cortando la respiración se podía oír como se pasea por el óleo de la vida una canción de bienvenida, que sin quererlo mis labios susurraban a la luna. Era tarde y sentí de nuevo las ganas de saber como se desintegra una estrella y pasa de un barrio a otro para morir.


Sentí el deseo de salir planeando de tras, pero me quede quieta y las deje marchar en libertad. Que gritos daba la lluvia, y que gritos daba la incompleta noche en la calle. No dejaba de llamar mi atención cada pequeño movimiento de fuera y cada estrella de la irrealidad colisionaba contra el vidriado, encendiendo una sonrisa de claridad. Allí era donde se apoyaban mis cansados ojos. Se respiraba cada vida que llegaba, el verdinegro dibujado en la comisura de la noche. Olía a hierba fresca duchada. La belleza de un mundo húmedo me contemplaba desde fuera y acariciaba los ánimos. Pude percibir como nacía de dentro de la tierra el aroma de esperanza, inundaba las nuevas ganas de salir a chapotear con el cielo, y a reír con cada pequeña ilusión que afloraba.

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