El objetivo de la cámara

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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Antes... y después




Ya no se lleva echar pan a los patos en el estanque, ni reírse haciendo muecas al asomarse en sus aguas. Ni siquiera se piensa en los abrazos a la hora de sentir la protección de un minimundo, y quedan para el recuerdo de antaño lo amable y humano.


La gente ya no se mira a los ojos, más bien siguen mecánicamente una línea invisible de repetición de un paisaje insulso. Se ha dejado de pasear debajo de la lluvia, y de sentir cada una de las gotas únicas, que nos ofrece la madre naturaleza. Cada gota ha olvidado su sitio y ya no donan su fugaz vida, para empapar la tierra y desaparecer de manera delicada.


No hay tiempo para un momento de sabor y de placer, tomando un buen chocolate caliente junto a la ventana, ¿y por qué no?, sentados en una mecedora. Y menos contar historias de miedo en torno a una hoguera. Ni pensamos con nuestro paladar en la comida de mama, y en esa sopa calentita de la abuela. Se desea algo rápido y efímero en la boca.


Los estribillos de las canciones se marchan con los chasquidos de dedos. Y desaparecen cuando llegan otros nuevos sin dejar una señal, ni un mensaje. Ahora se prefiere correr a buscar nuevos sonidos que dejan las letras sin un fondo de percusión en el alma.


No nos jugamos un beso, una oportunidad, ni un juguete lanzando una moneda al aire, hemos aprendido a poseer, con las estrategias de la mentira. Incluso de la sonrisa engañosa…


Ya no se queda con los amigos para sentarse en las salas de cine y penetrar en la vida de sus personajes, ni morder con los ojos cada secuencia nacida a golpe de interpretación y fantasía. Nos atrapa más su oscuridad y el solitario sentido de la historia. Es tan difícil llenar una mesa alrededor de gente que huela a familia y a amistad. Nadie puede, ni quiere saber que hay en cada plato, ni en el siguiente. Y menos comentar un pedazo de lo ocurrido en el día, ni saber los pedazos de los que se sientan enfrente.


Ya no se hacen las cosas por amor al arte, ni brota las ilusiones al conocer y llegar a lo que nadie ha llegado. Ya ni las estaciones se aclaran como repartirse los meses, y han dejado de ser el termómetro del mundo, viajan libres y no piensan que un día fueron un referente de cada semilla que crece en el suelo. Todo queda más alejado que antes por no sentir la motivación, que haga acercar y notar los sueños imposibles más reales, para al ir a rescatarlos.


Cada vez menos se coloca en una balanza lo que si, y lo que no vale dentro de los corazones. Ha dejado de enamorarse el mundo y sus seres, ya no reconocen la palabra románticismo, se fue muriendo a base de decepciones.


Los cuentos antes tomaban vida en las habitaciones con las voces crecidas, y han ido durmiéndose y cerrando sus hojas al no ser leídos, les han dado vacaciones indefinidas, porque ya no está de moda leer y sentir la infancia a edades adultas.


Ya no lloran ni los tristes, ni los emocionados..., se ha encontrado un sustituto que va mutilando las sensaciones cuando van surgiendo al contemplarse con rapidez en el espejo cada mañana. Algo que no echamos de menos y no nos preocupa, es reconocernos a nosotros mismos y lo bueno que llevamos, aunque estemos hartos de mirarnos en el retrovisor del coche...


Se pasa de las pequeñas cosas por su tamaño tan ridículo y se han arrinconado todas en montones inservibles, antes llenaban nuestros pulmones de armonía: "el respirar la fragancia del romero en el camino", "el olor de la fruta fresca troceada","el pan recién hecho", "el aroma maternal", " las sonrisas al otro lado del teléfono"...


Y nos hemos perdido hace tiempo, dejando atrás lo que nos dieron de la mano los recuerdos.

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