El objetivo de la cámara

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lunes, 1 de agosto de 2011

Pequeños cantos



Me desperté antes de que saliera el alba. Antes del alba hay un charco seco, y antes de mi despertar solo quedaban negativos de un carrete velado. En ese momento sentía poca vida en el cuerpo y de camino a limpiarme de esas ideas oí como brotaban de fuera trinos sujetados por la ventana. Sin miedo a mi presencia seguían ahí, incluso yo diría que era más mi miedo por espantar su dulce voz, toda aquella sinfonía venia de la oscuridad.

Hoy el día se sentía viejo y cansado para salir con fuerza, y su mañana era puro silencio, vestido de monotonía. Esas vidas revoleteando estaban allí sin parar de vocear con su canto.

Todo Parecía un sueño posado en una ventana cerrada y con vistas a un cielo apagado. Sus trinos encendía la luz de la habitación, la luz de mi curiosidad. Se despertó la vida de cada habitación, para solo contemplar como ellos se paseaban con pequeños bailes y cantos de insinuación de un lado hacia otro. Ni el chorro del agua o mi voz les hacia parar en su danza. Todas las ventanas marchaban al son de los trinos, todas orquestaban su canción. Las aves me despertaban, despertaban a la casa. Despertaban al alba de su escondite.

Eran como fantasmas de un sueño que por fin conseguían dormir a la noche, que aun continuaba con su pijama de miedos. O quizás solo eran en forma de aves el simple día que llegaba y este dejaba suelto su haz de luz rayando los cristales, de las casas que han sido capturadas por la oscuridad.

Soplaba el viento para empujarles hacia el precipicio y ensordecer al amanecer y volver al alba muda. Sin vuelo, sin cantos, sin guía para remover su destino.

La ventana acusada de protagonismo se abrió alzando sus alas y haciendo alzar las alas de los cantos.

Nada sonaba mejor allí afuera que esa música del viento para invitar a que se quedara para siempre aquí adentro. Nada me hacía sentir que la vida puede llegar lejos y volar hasta una simple y triste ventana. Volviéndola única, mía. Y repleta de reflejos.

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