El objetivo de la cámara

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jueves, 4 de agosto de 2011

Somos lo que soñamos



Somos sueños que nos hemos encontrado a nosotros mismos, diferentes, difusos, e incluso arrinconados en la almohada. Sueños pequeños de esos que pueden escaparse junto a las lágrimas y grandes que colman los vasos, la risa y parten de la cima de las montañas. Sueños que llegan a durar un día como mariposas, y a veces indefinidos como la noche y el día. De esos que no pueden casarse con nadie, pero tampoco pueden estar sin nadie.

Algunos saben creerse únicos, inalcanzables y mejor que otros, y acaban siendo encerrados en cajones y olvidados por creerse demasiado.

Los hay que siguen la corriente de los ríos y otros prefieren oler a frescura estando en tierra firme. El susurro sabe mucho de eso. Sabe de los sueños que no quieren ser soñados y se esconden entre el pelo hasta que mueren.

También los hay que han nacido mil veces, ya no recuerdo como fue ese sueño, pero un día encontraron la formula de volver a ser deseados. Los sentidos los buscan momento tras momento y se visten con el mismo aspecto, porque saben que sin ellos se moririan si se van lejos. Los que nacen de las estrellas son los que menos duermen y no temen a la oscuridad ni tampoco a mirar de frente al sol, y han aprendido a escuchar entre sueños a los que vagan desvelados. Los buscan allí arriba con sus ojos.

No he hablado de esos que llevamos dentro y hacen que todo parezca recuerdo dejando limpio el alma. Los hay infantiles que nunca van a crecer y espero que nunca lo hagan y tengan siempre a campañilla volando a su lado. Los que duermen en las calles, de esos hay muchos, abandonados a su suerte, sin más que vagar que por esas calles rotas y llenas de imprevistos.

Los hay de los que permanecen al margen, callados, y nunca han hablado, porque una imagen vale más que todas las palabras. Esos saben lo que es el silencio y cuando se pierden están fuera de combate. Y se pasean de puntillas en búsqueda de su victima hasta que muerden su cuello. Convirtiéndolas en soñadores insaciables.

Los que les toca la peor parte son trágicos, los indiferentes, los agrios… y melancólicos, que siempre se comparten a solas y saben donde se partió en pedazos las ilusiones. Y los que nunca me cansaré de recibir son los sueños más soñados, y donde el final lo pongo yo, aunque luego no los recuerde.

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