Cuando en la plastilina lata su núcleo y se convierta en duende de un bosque efímero y capaz. Febril y descalzo el sol bajará los peldaños para descansar sobre el polvo sediento, y su luz podrá
encontrar la forma de la umbría que se acurruca en el musgo herido por las huellas diáfanas. En esa atracción calcinante se pacificará la carcoma de los árboles ajados. Y se pulirá el azul de las copas repletas de madurez.
El bosque guiñará sus ojos saltimbanquis y rebeldes, quedando boquiabierto, y a la espera de que vuelva a menguar en un oxidado verde y moldeable puzzle de guardería de cristal, junto a los cuentos.
Con esa niñez de seda que cubre un siglo y más al juguete y al principiante se irán moldeando los espacios para sorprender mutando los colores.
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