El objetivo de la cámara

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lunes, 3 de enero de 2011

Pedacito de vida


Rígida en su imparable destino hacia una vida otoñal apagada con delicado tacto, solo me deja contemplar su esquelética anatomía desértica de esencia, sin tono de luz y en mutismo alarmante se tambalea. Sus arterias de hilo sedoso se remarcan en una llamada de atención al escaso público en la calle. Llega hasta el más allá de su horizonte, y se deja mecer de manera cariñosa en sus últimos segundos de consistencia balándose suavemente, hasta perder las riendas. Se suelta en un fin crucial y sus brazos parten la unión de la savia y la renovación.


Ya no vuela, se deja llevar y sigue hasta que se escapa el último sonido del viento y la calma se para, pediendo perdón al día. El marrón, penetra en ella volviéndola menos vital y bella, la deja en estado de pobreza de tinción y la hace suya el frío suelo.


Todo se vuelve inerte dejando un color de apagada expresión, ahora la sostiene la tierra que lleva esperando su llegada desde que presintió el goteo del cielo. La crujiente e indefensa piel que la viste, se va yendo. Y se ha ido... Cada rama se vacía los bolsillos, quedando al descubierto su copa de finos alambres. Al verse sin nada tiritan ante tal desnudez y vergüenza.


Cada hoja pinta en el aire una caricia, un baile sin ensayar con terminación hacia el abismo rocoso. Cada vez que me deja me muero, cada vez que la pierdo, me pierdo, cada hoja es un recuerdo, un no te volveré a ver. Los árboles sedientos de esplendor se marchitan, duermen, y solo desean sentir por escasos segundos a la hierba silbar una bonita nana de despedida en su regazo.

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