El objetivo de la cámara

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domingo, 21 de noviembre de 2010

Pensamiento de una mujer



Siento fuego en la espalda cuando oigo arañar a los gritos en la puerta, se desgarra la naturalidad del momento. Y me acongoja la sensación de dolor insoportable que retumba en la casa. Está ahí muerto de llanto, empapado en sufrimiento, cansado y gimiendo con las entrañas entre abiertas al público, que no puede aplaudir al terror.


Estoy perpleja de los gestos. Me duele la carne de no sentir calma. Ayer soñé que viajaba al mundo de lo desconocido. Donde nunca he estado y donde siempre debería estar. Estoy sacando la garra de león que llevo innata, para evitar que se hunda la plataforma donde se sostiene lo que más quiero. No hay muchas ganas de aguantar. Pero sigo. Estoy busca, que te busca, en cada momento lo mejor. Exprimo la ilusión de las caras serias y decaídas. Y les entrego el jugo de la esperanza. Es lo único que tengo de momento, sólo eso. Tengo la risa perdida, lleno carros y carretas de ironía burlona, para desdramatizar la situación y poder calentar un ambiente tenso y ácido...


Me asusta pensar que no tendré las mismas fuerzas en cuanto pasen algunas semanas. Tengo miedo de no saber hacer lo apropiado cuando se debiliten todos. Tengo miedo de que piensen que soy la fuerte y decepcionar a la tripulación. Como no seguir, si es lo que esperan. Hay que seguir, no podemos dejarnos llevar por la tristeza. Es complicado dibujar la sonrisa en el viento. Pero me hace feliz saber que de momento la voy dibujando a golpe de lo absurdo en las caras pensativas y desprendidas de lo positivo. Ellas son más fuertes que la que tripula este navío de dolor. Aunque no lo parezca, soy yo la que absorbo su energía y valor. Soy yo la que merezco pedir perdón. Son lo mejor que tengo y las necesito. Estaré allí calmando los ánimos, moviendo el mundo y arrastrando a quien sea por sostenernos en pie.


Ayer también me dio tiempo para salir a ver como se apaga el verdor, como se mueren las hojas y tapan el césped que tantas tardes apoye mi cuerpo. El frío me dejó indiferente, cuando me senté en el suelo. El sol estaba más que empobrecido de calor, me acompañaba, y sonreía. Esta siempre ahí, es viejo y me conoce. Espera a que ponga la cara bonita cuando le miro. Están tarde que no sé ni que hora es. El tiempo me ha dado tanta conversación entre los silencios, que amanece con seriedad el día.


Estoy echa polvo, pero me repongo en segundos. No sé ni como lo hago. Pero mi mente es la que me da imágenes que enriquecen instantes de sabor dulzón y agradable para saltar y soñar en un mañana sin tantos miedos.

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