Cuando la arena empina su voz y caen en ella el gemido, la rabia y los puñados de aplausos rinden presencia. Empieza su ida y venida bestia o bella.
El cielo se esconde detrás de ese fuerte ondear de banderas y la música se ve clavada en los gritos.
El silencio, pide silencio. La plaza repleta de astucia, repleta de miedo, repleta de valor, es dueña del terreno de muerte.
El estoque reposa con el filo justo, preparado y frío. La sal de las lágrimas se aparta de los ojos, dejando petrificado lo expresivo.
El baile despierta un cruce de miradas. Ambos saben donde dejar en mejor posición al otro. Hoy el rojo se posa en su espalda. El rojo tiñe la arena.
Hoy la piel siente fuego al sajarse. El duende, el arte y el valor pasean manchados de arena, manchados de suerte. Su traje de estrellas atrae a la noche y al riesgo.
La muerte embiste y da empujones, dejando su sombra metida en el cuerpo.
Son solo ellos que ajustan sus cuentas, mientras el resto ajusta su ocio.
Dan todo ambos, el uno escupiendo su alma y el otro sudando su temple.
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