La niña arco iris

Ella nació cuando la lluvia había olvidado saltar. No llego de manera casual si no cuando el Norte echaba de menos al Sur. Sabiendo llegar, con el “sino” pintado en sus pestañas de princesa de cuento de castillos de cristal. Enseguida se hizo espejo del agua y el caudal de los ríos de las ciudades que beben del secano.

Dejando nueva a la raíz de ese fruto que disfruta siendo objeto y el deseo de la vista por tener. Ella es lo que nunca se acaba, y al mirarla nunca cansa. Ella es un puente trasparente que forma con sus manos para unir un lado y el otro, aunque la distancia separe a las cosas por montañas. No anda un camino, solo sabe subir y subir y contagiar los deseos.

Es la pasajera del viento, y no sabe parar más allá del vuelo del águila. Allí arriba solo puede llegar ella y sus risas.

Cuando llego era sueño, metido en la realidad de un corazón y dividido en pedazos para latir en la noche haciéndola día. Es ritmo que llena de acústica un hueco de frases partidas y gruñidos dados la vuelta del revés.

Ella no es mentira, ni es verdad. Es solo ella, la que recuerda a que saben las primeras cosas, la que hace que todo sea bello. La que aguanta más despierta que la noche y pide guiños al día acelerando su vida. Ella sabe decir todo y sabe como todo se lo dicen. Es esencia de las caricias tibias, parpadeo de las hojas en otoño. Y clamor de mi pecho al dormirse sobre él.

Ella es ese parque que conoce los olores frescos, es ese parque que huele a vida, que huele a ella. Es la línea emergente del amor, es la flor que no deshoja la brisa. Es fantasía de un poema, un verso largo, una canción de paz.

Ella es capaz de prestar sus ojos al sol y navegar siendo dueña del color.