La
vida se apresura ante los días llorando, riendo, yendo y viniendo.
Y
ella desvela la sencillez para dejar
matices sobre los folios de los inquietos.
Bajar
la cabeza o sentir que se tensan los hilos al amanecer y el azul abandona el
cielo. Derrota.
No
se puede dejar a la luz siendo marioneta, ni que mengua los sueños en las
noches sin clamor.
No
vale precintarse a uno mismo, ni dejar de escuchar en la mente el eco que
se emancipa del miedo.
Eclipsados
los ojos de errar una y otra vez, encierran el alma fragmentada a gran
distancia. Los pasos van clausurando los errores.
Cada
enigma encontrado se sienta ese niño asustado a la espera de la metamorfosis
del corazón que no deja de tener rabietas.
Y
aún se puedo rescatar los latidos y adormecer al fantasma que abre las entrañas
cuando las fuerzas se erradican.
Las
palabras íntimas transitan por las calles y tornan frágiles. Cada esquina se
vuelve soleada y segura.
En
frente la emoción emigra al cuerpo que deja entornada sus ganas de volver a sentir.
Para avanzar y tocar despacio a la ternura, sin espantar a los pájaros que
anidan.
Ya
no quiero que los tambores redoblen como castigo, ni las llagas sangren en las lunas llenas de nostalgia. El aire
agotado susurra entre las hojas, amate sin límite, amate en cada delirio.
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